Un grupo de vendedores volvía tarde de una reunión de la empresa. Corrían por los pasillos del aeropuerto para subirse al avión que estaba a punto de salir.
De pronto y sin quererlo, uno de los vendedores tropezó con una mesa repleta de manzanas las cuales salieron volando por todos lados; sin detenerse, ni volver para atrás, los vendedores siguieron corriendo y apenas alcanzaron a subirse al avión.
Todos menos uno; este se detuvo, respiró hondo y experimentó un sentimiento de compasión por la dueña del puesto de manzanas. Les dijo a sus amigos que siguieran sin él y le pidió a uno de ellos que al llegar, llamara a su esposa y le explicara que iba a llegar en un vuelo más tarde.
Luego regresó a la terminal y se encontró con todas las manzanas tiradas por el suelo. Su sorpresa fue enorme, al darse cuenta de que la dueña del puesto era una niña ciega. La encontró llorando, con enormes lágrimas corriendo por sus mejillas. Tanteaba el piso, tratando, en vano, de recoger las manzanas, mientras la multitud pasaba, vertiginosa, sin importarle su desdicha.
El hombre se arrodilló con ella, juntó las manzanas, las metió en la canasta y le ayudó a montar el puesto nuevamente. Mientras lo hacía, se dio cuenta de que muchas se habían golpeado y estaban magulladas. Las tomó y las puso en otra cesta. Cuando terminó, sacó su cartera y le dijo a la niña: “Toma, por favor, este dinero por el daño que te hice”.
¿Estás bien? Ella, llorando, asintió con la cabeza. Él continuó, diciéndole: «Espero no haberte arruinado el día».
Conforme el vendedor empezó a alejarse, la niña le gritó; «Señor…». Él se detuvo y volvió a mirar sus ojos ciegos. Ella continuó ¿Es usted Jesús…? Él se paró en seco y dio varios vueltas, antes de tomar el avión, con esa pregunta quemándole y vibrando en su alma; ¿Es usted Jesús…?
¿Somos responsables en hacer lo que Jesús haría?
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